lunes, 4 de enero de 2016

Lunes, 4 de Enero.


Entiendo el odio de los corazones ciegos, No por ello dejo de ir a la calle para seguir con mi vida.

Ahora aparece mi padre a preguntarme si acaso he comido algo a lo cual respondo que si, que he comido. Entonces me pregunta si estoy escribiendo mis memorias, a lo cual respondo que no, que no es así. 
Me pregunta por Romina, por el agua, por ciertos libros.

Esquivo mis respuestas, aunque más que respuestas esquivo la conversación. Lo veo viejo.

Él toma a la gata en brazos, la deja y me habla sobre un bolso de cuero que cuelga.
- ¿Me haces un té?- le pregunto, quizá para poder  decir algo. Él sale hacia la cocina.


Si pudiera hablarle sobre los corazones ciegos, esos que no miran del otro más que la cascara,  que desconocen su cuaderno, su mochila y el numero de capítulos que se demoró para llegar aquí. Solo anhelan la desaparición, el NN, ojala la guillotina de plaza de pueblo. Su deseo. Pero a veces, como en este instante, me pregunto sí, acaso, no soy yo también un corazón ciego con quienes me rodean. Con mis amigos, con Romina, mis hermanos y mi padre. Yo, egoísta de sentimientos y palabras.

Ahora que ha vuelto, con la taza sobre el plato que tirita en sus manos, me pregunta por mi edad, por la de Angela y Jean Pierre... - 31, 29, 27 años.- voy respondiéndonos, mientras la gata le muerde, jugando, los pies.

Mi padre ya tiene 69 años. Nació el 20 de agosto de 1940 en la casa de Los Leones #2905, en la Ñuñoa de un desaparecido Santiago de Chile.
En ese entonces mi abuelo aun no construía el chalet donde pase buena parte de mi infancia y adolescencia  (esa, la que cuenta, la que pesa, la que te moldea y te dirige a fin de cuentas) . La casa donde nació mi padre estaba situada en lo que hoy es el patio trasero, donde aun quedan dos habitaciones casi en ruinas.
Años después mi padre planto un almendro en el sitio donde lo dieron a luz. Yo jugaba en tal almendro y recuerdo como con mis hermanos nos subíamos en él hasta la ultima rama, que sobrepasaba en altura los dos pisos del chalet mismo, y bambolearnos en ella mientras nos entreteníamos  para sacar almendras.

- Oye José Miguel...- dice mi padre.
- ¿Qué? - contestole, sin tomar en cuenta, sin poner atención, sin preocuparme en oír que palabras me dirije, que sale ahora de su boca... un corazón ciego.



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