Finalmente las mañanas, una tras otra, parecen mediodías
asfixiándose en la habitación,
sin aves ni sol y una taza de café posada en el velador enfriándose.
Un encierro en una ciudad ajena
y el controlador de la tv olvidado para no molestar la idea esquiva
que ha cruzado el umbral, para no volver.
Son las semillas dejadas a los pies del mes
como los dígitos del r.u.t en algún mesón de pueblo
o simplemente la huida de un hombre que se anestesiaba en las escuelas.
Precipicios.
Lamentaciones.
Arrastrence lejos de mi.
Mientras María José alimenta a los perros,
fumo.
El reloj marca la hora más tardía.
asfixiándose en la habitación,
sin aves ni sol y una taza de café posada en el velador enfriándose.
Un encierro en una ciudad ajena
y el controlador de la tv olvidado para no molestar la idea esquiva
que ha cruzado el umbral, para no volver.
Son las semillas dejadas a los pies del mes
como los dígitos del r.u.t en algún mesón de pueblo
o simplemente la huida de un hombre que se anestesiaba en las escuelas.
Precipicios.
Lamentaciones.
Arrastrence lejos de mi.
Mientras María José alimenta a los perros,
fumo.
El reloj marca la hora más tardía.
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